LA GRANDEZA DE LO PEQUEÑO
Era un día frío de invierno en las calles de Cádiz . Alberto iba caminando tranquilamente como cada mañana. Ese día llevaba el abrigo azul que combinaba con sus ojos y un pantalón negro de la temporada anterior. Hacía más frío que el invierno del año pasado, ya que por esas fechas aún no llevaba el abrigo. Estaba dirigiéndose a la cafetería a la que iba todas las mañanas a desayunar. Aquella mañana decidió coger un atajo que nunca antes había cogido. Escuchó una voz que pedía un trozo de pan, pero no lo hacía en castellano. De pronto vio a un niño sudafricano, que tenía toda la ropa rota, parecía desnutrido y al que se le marcaban todos y cada uno de los huesos del cuerpo. Alberto entendía lo que el niño decía porque había ido bastantes veces a África a colaborar con distintas ONGs, y para ello tuvo que aprender lo básico. Alberto se acercó a niño y le preguntó a ver de dónde era. De Wepener. Alberto recordó que había estado allí haría más o menos dos años, y que la situación de aquel lugar era una de las peores que había visto en todo África.
- ¿ Cómo te llamas?
- Yaro
Alberto le preguntó cómo había llegado allí, a lo que él respondió que había llegado en un pequeñísimo barco con sus tíos, haría cerca de seis meses.
- ¿ Dónde están ellos ahora?
- No podían ocuparse de mí, por lo que ahora no tengo a nadie.
Alberto, con los ojos llorosos, le preguntó si quería quedarse con él. Tenía una cama y no veía porqué no podría ayudar a una persona muy necesitada. Encantado. Alberto vio en Yaro una sonrisa enorme y no pudo aguantarse, así que rompió a llorar. Yaro le miró extrañado y él le sonrió.
Alberto recordó que aún no había desayunado y pensó que a Yaro le encantaría comer algo.
Llegaron a la cafetería y él pidió lo de siempre, un café con leche y unas tostadas con aceite y tomate.
- Y tu Yaro, ¿ qué quieres para desayunar ?
Nunca antes había podido elegir la comida que querría comer. No sabía como sabían los gofres, ni las tortitas, ni los croissants, ni las napolitanas, ni si quiera las tostadas.
- Nunca he probado ninguna de estas cosas, no sé cuál escoger.
Alberto pidió por él, pensó que unos gofres con chocolate caliente le gustarían. Mientras esperaban, Alberto le preguntó a ver cuántos años tenía. Once. No podía ser verdad, pensaba que tendría seis como mucho. La desnutrición le había impedido crecer, bastante. Por fin les trajeron los desayunos. Al primer bocado, Yaro lloró.
- ¿ Qué sucede? ¿ No te gusta? Podemos pedir otra cosa si quieres.
-¡No! Nunca había probado algo tan rico y con tanto sabor como esto. Siempre había imaginado cómo sería comerse algo dulce, pero nunca pensé que llegaría a hacerlo y además es mucho mejor de lo que nunca podría haberme imaginado.
- ¿ Cómo te llamas?
- Yaro
Alberto le preguntó cómo había llegado allí, a lo que él respondió que había llegado en un pequeñísimo barco con sus tíos, haría cerca de seis meses.
- ¿ Dónde están ellos ahora?
- No podían ocuparse de mí, por lo que ahora no tengo a nadie.
Alberto, con los ojos llorosos, le preguntó si quería quedarse con él. Tenía una cama y no veía porqué no podría ayudar a una persona muy necesitada. Encantado. Alberto vio en Yaro una sonrisa enorme y no pudo aguantarse, así que rompió a llorar. Yaro le miró extrañado y él le sonrió.
Alberto recordó que aún no había desayunado y pensó que a Yaro le encantaría comer algo.
Llegaron a la cafetería y él pidió lo de siempre, un café con leche y unas tostadas con aceite y tomate.
- Y tu Yaro, ¿ qué quieres para desayunar ?
Nunca antes había podido elegir la comida que querría comer. No sabía como sabían los gofres, ni las tortitas, ni los croissants, ni las napolitanas, ni si quiera las tostadas.
- Nunca he probado ninguna de estas cosas, no sé cuál escoger.
Alberto pidió por él, pensó que unos gofres con chocolate caliente le gustarían. Mientras esperaban, Alberto le preguntó a ver cuántos años tenía. Once. No podía ser verdad, pensaba que tendría seis como mucho. La desnutrición le había impedido crecer, bastante. Por fin les trajeron los desayunos. Al primer bocado, Yaro lloró.
- ¿ Qué sucede? ¿ No te gusta? Podemos pedir otra cosa si quieres.
-¡No! Nunca había probado algo tan rico y con tanto sabor como esto. Siempre había imaginado cómo sería comerse algo dulce, pero nunca pensé que llegaría a hacerlo y además es mucho mejor de lo que nunca podría haberme imaginado.